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Notas de Prensa

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La pintura de Mario Zutel ha sido para mí, en esta época convulsa que vivimos, un auténtico descubrimiento.

Por varias razones, la primera por reivindicar el contenido literario que las vanguardias artísticas parecieron olvidar.

La pintura no es solo materia y color, es también un vehículo visual transmisor de contenidos a la par que de sensaciones pláticas y emocionales. Un título invita a reflexionar y permite al espectador adentrarse en el alma del pintor e indagar en el mensaje que quiere plasmar en su obra: un sentimiento, un poema, un fenómeno del universo como un agujero negro plasmado en una obra en la que el azul cobalto destaca sobre el negro del fondo invitando a la contemplación en la distancia y a la posterior reflexión sobre lo que vemos.

La segunda, confesada por el propio autor, la libertad que el artista concede al color que se desliza libremente sobre la superficie del lienzo, se curva, se mezcla y se fija configurando manchas, que al secarse buscan la conexión emocional con el espectador a través de esos tonos puros que recurren, bien la empatía, bien al rechazo, pero nunca a la indiferencia.

La tercera, conservadora y revolucionaria al tiempo. reivindicar la importancia del material como elemento constitutivo de la pintura. No es Arte solo lo que el lienzo reproduce sino que éste es, también y en sí mismo pintura en estadio puro. Zutel deja ver las tramas de la tela, las gotas del acrílico deslizándose por ella -tal y como enseñó Jackson Pollock -y plasmando la expresión más profunda del sentimiento de su autor.

Mario conoce a los clásicos, pero sobre ese conocimiento y análisis asienta su dominio de la materia, de los tonos puros y su peculiar manera de narrar fenómenos que discurren paralelos al devenir de la materia que se vuelve color y sentimiento en todas y cada una de las obras que se exponen en la biblioteca de Cabanillas.

Rostros recortados sobre un fondo de color puro, siluetas que emergen de la materia pictórica, manchas que caminan sin penetrar en la urdimbre de la tela y profundas evocaciones que los tonos despiertan en el acto voluntario de “mirar el cuadro” que realiza el espectador que se coloca delante de ellos.

Porque ver es un acto físico, pero mirar requiere una participación expresa de quien se coloca delante del relato que le muestra el creador y desde esta mirada se accede al estrato superior de la interpretación y a la sugerencia de emociones que ha despertado en el público que asiste a esta fiesta de la pintura.

 

Maria Teresa Fernández Madrid Doctora en Historia del Arte

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